Text by the architect published in G2 no.61:
«Tanto el número de escalones del sendero que sube al cerro, como la altura de un viejo ciprés —que recuerda a aquellos descritos por Walter Pater—, o la cota, de números redondos, sobre el nivel del mar donde se asienta el podio, servirían como coincidencias decisivas para explicar la forma de la casa. Sin embargo, las razones que configuran una casa son siempre otras, siempre las mismas.
Con dos formatos unificados —una planta extensa y otra concentrada—, se dispone la misma unidad doce veces: un cuadrado dividido asimétricamente en cuatro cuartos. A veces central, a veces lateral y otras en diagonal, cada unidad mantiene una relación diferente entre las piezas: las inferiores albergarán las labores pesadas del estudio y, las superiores, las rutinas casi inmateriales del oficio diario. Entre estos dos mundos fácticos queda atrapada una vida doméstica reglada por un gran salón de día y un par de piezas apiladas para la noche. El suelo del salón cae hacia el oeste, pero, al mantener los dinteles a la misma altura, la secuencia progresiva de marcos distorsiona su profundidad. Entrar en el salón equivale a sumergirse bajo la plataforma situada a la cota de números redondos, la cota 100.
Se llega al estudio enfrentándose contra un espejo que muestra en el interior aquello que hay al otro lado de la calle. Entrar en la torre es una forma de ceguera. El ciprés talado y convertido en escalones queda trabado en una espiral continua que, con una gris melancolía, devuelve poco a poco la vista a medida que se sube. El muro monolítico exterior se ha construido con sedimentos regulares de hormigón con árido expuesto. En el interior, todos los muros se recubren con listones pintados y casi sin grosor, apenas interrumpidos por los bastidores de acero galvanizado que soportan las ventanas.» (2G N.61 Pezo von Ellrichshausen) |